Tiempo al tiempo

Hasta que se agota, de Fabiana Capriotti

Por Gustavo Emilio Rosales











Una danza sobre la condición evanescente de la danza será como una sombra que pudiese mirarse en un espejo: el Cuadro blanco sobre fondo blanco, de Kazemir Malevich; o la experiencia coreográfica llamada Hasta que se agota, de Fabiana Capriotti.

El hexagrama treinta y dos del I Ching habla sobre una especie particular de movimiento que se renueva a medida que concluye sobre sí; "un movimiento en el cual cada terminación es seguida por un nuevo comienzo". Los binomios sístole/diástole, inspiración/exhalación, expansión/recogimiento - todas las dinámicas del desplante peristáltico, común en la digestión, los ritmos del acto sexual o el desplazamiento de galaxias -, definen tal movimiento, llamado duración. No quietud, ni estadía, sino un acto de presencia en extensión. Una presencia que no es tal por lo que podría ser su consistencia de objeto manifiesto - esta cosa; aquello; lo de aquí, lo de allá -, de masa instaurada zonalmente, sino por su calidad de ser para sí misma espacio y tiempo: aparición personalmente habilitada, imago, danza. Susan Langer, una de las abuelas de la teoría del arte, anota que la danza habrá de ser virtualidad: está y no está; retorna y desaparece; va, viene; imposible apresarla, imposible decir con precisión dónde comienza y dónde acabará. El cuerpo la genera, pero ella, lo generado, en deseo de autonomía suscita a su vez al cuerpo que la inventa: no hay obra (en el sentido canónico del objeto creado, objetivado, llámese pintura, partitura, cinta, edición, soporte...), sino obrar; el obrar es la obra; eso que Heidegger llamó "el obrar de la obra de arte" es también el sujeto-fuente de la acción.

La danza fusiona los verbos ser y estar. Su hacedor - bailarín, coreógrafo, espectador - no requiere un fundamento temático para lograrla. Ni la anécdota, ni la idea, ni el género, mucho menos el contexto social, resultan imprescindibles para que la danza sea, sepa y desate saber. En efecto, la danza es, la danza sabe, por sí misma, sin más: es todo cuerpo. El principio de pre-expresividad que la antropología teatral aplica a la semiosis del actor - aquel organismo que incluso antes de querer expresar ya está expresando - es el sustrato de la danza. Capriotti, una artista que no negocia con aquello que pudiera representarle alguna garantía, parte en su nueva creación desde esta base: danza para hacer danza, danza para ser danza. El sólo deseo que impulsa las constelaciones de movimiento bastaría para justificar su proyecto, pero ella propone interrogar al plano fundamental que cobija su propósito y lo primero que observa es la clave que articula este obrar, una paradoja: la vida acaba, la danza parece no acabar. Es una tentación de eternidad: he aquí el camino sin cesar, la danza; pero su límite inmediato es su propio generador: es el cuerpo quien para, quien se fatiga, quien cesa, quien detiene, quien habrá de morir. En palabras del poeta y filósofo Paul Valéry:

Una fórmula de danza pura no debe contener nada que haga prever que tiene un término. Son eventos extrínsecos los que la llevan a la conclusión; los límites de su duración no le son intrínsecos; son las convenciones del espectáculo, o la fatiga, o el desinterés lo que interviene. Pero ella no tiene nada que la haga terminar.*

En su condición fundamental la danza es artefacto. Invención pura. Método. Herramienta. Técnica. Nada tiene que ver con lo eventual inhumano. Se trata de la primera puesta en marcha del universo cultural. La danza, de acuerdo con Paul Valéry,…

…no es después de todo más que una forma del Tiempo, no es más que la creación de una especie de tiempo, o de un tiempo completamente distinto y singular.**

Imbuida en el prisma conceptual de esta condición, Hasta que se agota asume con coherencia un tono anti-emotivo. No es que los desplantes o evoluciones expresivas del ejecutante queden canceladas, postergadas o sean minimizadas (cómo en tantos lances de la cartelera porteña, donde pareciera que prevalece el mandato estilístico: no expresarás), sino que su emisión no constituye una pieza importante del discurso. La coreógrafa, de hecho, coloca pasajes corporalmente estridentes – la emisión de alaridos – para mejor destacar el sentido primordial del acto de danza como un núcleo de tensiones (danza, dance, danse, tanz; en varias lenguas la palabra refiere al término tensión) que precipitan un uso no ordinario del cuerpo ajeno a los hábitos de la subsistencia física y al repertorio emocional cotidiano, un abandono de doble valencia: abandono al vértigo de una imaginación de movimiento no consagrada a ningún destino de utilidad, y abandono a la reiteración del impulso generador que, en el decaimiento, resucita la potencia dinámica. Danza como deseo, danza como máquina del tiempo. Capriotti dobla la apuesta de la decantación expresiva al plantear el ámbito escénico como una caja negra inútilmente estilizada (un signo emblemático de lo inservible: dos palabras, velocidad e invisible, escritos en tubos de neón, de color azulado, que se muestran por el revés, por su cara opuesta), que se desdobla en atmósferas sonoras de talante banal: una urdimbre de emisiones rockeras, aparatosas, evidentes. Con una astucia tremendamente intuitiva, coloca en las paredes – muy al caso, como puestos por una mano doméstica –, a los costados del público y a la altura de lo que sería un proscenio, una serie de pequeños dibujos enmarcados, hechos por ella misma, a color, que representan, mediante una grafía añiñada, una fauna de sueños; este dispositivo es importante en tanto que signo de lo fijo, de lo estable, de lo legitimado como creación dado que se encuentra colocado en un soporte matérico que permanece y es sujeto a revisión; nada que la danza – instante, flama, rechazo al reposo de la identidad y la fijeza – pueda o quiera ser. Esta última idea es reforzada en uno de los pasajes clave del espectáculo, cuando los ejecutantes – todos ellos estupendos en su concentración, en su involucramiento creativo con el ser en desarrollo de la obra -, como si de una subasta se tratara, venden al mejor postor momentos (pasajes, imágenes, cartografías), de la danza.

No vale nada decir que Hasta que se agota se encuentra entre las mejores obras de 2011. Prefiero señalar, con total convencimiento, que se encuentra entre la corta lista de creaciones indispensables para definir una etapa de la tradición artística que le es propia. Me explico: hay piezas que expresan, que se atreven, que callan, que triunfan, que no nacen; hay también, las menos, que son una bisagra de luz para entender las necesarias transformaciones de un estilo, un campo, una latencia; y el caso que me ocupa pertenece a este último orden en la medida en que coadyuva a iluminar la condición de la danza como un saber efímero, fuera del imperio del logocentrismo.

Me resulta particularmente cautivadora la voluntad de esta obra por señalar la idea del tiempo como un invento del cuerpo y del cuerpo como un invento de la danza, porque enfatiza la nobleza del artificio y niega esa estúpida creencia de que lo espiritual es precisamente aquello que no pertenece a la cultura, todo aquello contrario a la teckné. Considero que Hasta que se agota es una declaración de humanidad. Sería gemela del poema escrito por Octavio Paz en homenaje a Ptolomeo....

Hermandad

Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.

A la vez, Hasta que se agota otorga, posibilita, una amplitud de mirada acerca de la muerte (o conclusión, o término, caducidad o finitud; como se la prefiera llamar), valiosa para contrarrestar los pesos y mandatos de sistemas que ponderan la permanencia como eje.

No, no existe permanencia. Al menos no para lo humano.

A los humanos sólo nos resta precipitarnos de la mejor manera hacia algún fin, un fin. Qué le vamos a hacer entonces sino movernos, gastar, gastarnos, agotar todo lo que se tenga que agotar, que al cabo es eso todo.

El cambio es Todo. Dichoso aquel que un día, si llega el día, sabrá de la quietud; de una estancia de quietud tan pequeña como una sola de las miles de facetas que tapizan el ojo de una mosca. Pero nosotros no. Y es que nosotros somos de otra parte. Somos la percepción - vehemente, angustiada, feliz - de aquello que transcurre. No hay más, ni tiene porqué haber más.

* Paul Valéry, Philosophie de la danse. En Euvres, Vol. II, París, Gallimard, 1957. La traducción es mía.

** Ibid.

Hasta que se agota fue estrenada en septiembre de 2011, en la sala llamada Camarín de las Musas, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Participaron los bailarines Lucía Disalvo, Gastón Palermo, Martín Piliponky y la propia coreógrafa, Fabiana Capriotti. La música estuvo a cargo de Sebastián Schachtel y Diego Monk; luces y escenografía por Julieta Ascar; prensa por Simkin & Franco.

Las fotografías de este artículo son una creación de Pablo Tesoriere, a quien agradezco el permiso de reproducirlas aquí.

http://www.pablotesorierephotography.com/